Cucaracha

En su nombre lleva el estigma de la cacofonía que conduce a semánticas abyectas: rastrera y crapulosa, promiscua y pululante, hija del hacinamiento y la suciedad, signo inequívoco de fodonguez. La cucaracha, impasible, continúa su inexorable camino hacia la inmortalidad, a su paso retroceden insecticidas y venenos. Única sobreviviente del apocalipsis, singular polizonte de la deriva evolutiva. Cucaracha impune, tu existencia es afrenta. Suelen atribuírsele las siguientes secuelas: ahuyentar la clientela de fondas y restaurantes, opacar reputaciones de generaciones enteras, casas de huéspedes, hoteles.

Especie de la familia de las invasoras, la cucaracha prefiere vivir en las cocinas, aunque es común encontrar cucarachas enormes en el buró en algunas ciudades de tierra caliente. Despensas, alacenas, estufas y trinchadores son botín de la cucaracha. La invasión es nocturna. Debemos imaginar a las cucarachas, docenas de ellas, trabajando en gavillas, haciendo labor de rapiña, saqueando cazuelas en la oscuridad, entrando y saliendo de cajas de galletas y cereal, recogiendo grumos aceitosos, reptando en platos y cucharas, perpetrando así una aberrante humillación a los humanos.

Con el conocimiento de todo lo anterior fue que tuve un encuentro con la cucaracha; la entrevista duró poco. A plena luz del día, cosa muy extraña, la cucaracha bajaba por el muro de la cocina camino de la estufa. Nos miramos un instante; sin necesidad del logos intercambiamos mensajes desde mundos distantes: ella movió sus antenas en todas direcciones, yo me quité la sandalia y la fulminé de un chanclazo.

De nada le valieron las reminiscencias litera- rias: no conocemos fábula ni ficción que hable de la cucaracha, ni es verdad que Kafka imaginó a la cucaracha cuando trazó el insólito destino de Gregorio Samsa.

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